«No es aconsejable consumir más de medio litro de gaseosa dietética diaria
porque afecta metabólicamente al paciente», señala la licenciada en nutrición
Adriana Zuccotti, del Hospital Británico de Buenos Aires (Argentina) y docente de
la Escuela de Enfermería del Hospital Francés.
En su práctica diaria, la especialista comprobó que al reducir el consumo de estas
bebidas en sus pacientes, entre el 50 y el 60% de ellos aumentó la adherencia al
tratamiento «porque disminuye el hambre que sienten», dice.
Ocurre que a muchas personas, las bebidas endulzadas artificialmente les
producen ansiedad en lugar de saciedad. Aunque las hipótesis científicas de por
qué ocurre esto son varias, una demostrada hasta ahora estaría en la habilidad
natural del organismo para «contar» las calorías a partir del sabor dulce de aquello
que ingerimos. Los endulzantes artificiales podrían alterar esa capacidad
orgánica.
Dos investigadores del Departamento de Ciencias Psicológicas de la Universidad
de Purdue, en Indiana (Estados Unidos), hallaron que los líquidos no producen el
mismo nivel de satisfacción calórica que los alimentos sólidos.
En el trabajo, publicado en 2004 en la revista International Journal of Obesity, los
profesores Terry Davidson y Susan Swithers explican que las personas aprenden
desde que nacen a asociar (inconscientemente para los científicos) los sabores
dulces y los alimentos densos y viscosos con un elevado valor calórico.
«La habilidad natural del organismo para regular el consumo de comida y el peso
corporal se ve debilitado cuando los endulzantes artificiales de bajas calorías
alteran esta relación natural -señalan los investigadores-. Casi sin pensarlo, el
cuerpo aprende que puede usar las características de los alimentos, como la
dulzura y la viscosidad, para medir qué cantidad de alimento necesita para
satisfacer su necesidad calórica».
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